jueves, 10 de diciembre de 2009

Cambios en Monsefú


La primera vez que fui a Monsefú me encantó el pueblo. Las mujeres lucían trajes que parecían del tiempo del obispo mecenas Baltasar Martínez de Compañón y Bujanda. Las artesanías daban placer. Había mucho para escoger. Tejidos, sombreros, sandalias de junco, muebles de un atractivo diseño rural. En el patio de una casa vi cómo jóvenes de faldas negras que llegaban a sus tobillos preparaban la chicha. El clima era tan benigno que estaban descalzas.

Me hablaron de que la fiesta del Señor de Monsefú era sensacional. Sobre todo por la asistencia de la gente de campo que llegaban de los alrededores con sus mejores galas. En ese momento me prometí volver con una cámara fotográfica y una buena cantidad de rollos para capturar imágenes sin parar.
Logré regresar después de unos diez años con gran entusiasmo. Mi sueño se cumplía. Al día siguiente estaría en la misa mayor del Santo Cristo y allí no me daría descanso. Claro que el pueblo había cambiado. Ya era una ciudad moderna y la plaza de cemento ostentaba una especie de cuadro-monumento del mismo material donde el artista había representado las artesanía. En la entrada de la iglesia la gente se apiñaba para la procesión. Miré a un lado y otro. Parecía haberme equivocado de lugar. Todos vestían como en Lima. Las señoras, faldas que llegaban un poco más abajo de las rodillas, y, las jóvenes, los inevitables jeans. Ni una sola llevaba aquellos trajes que me fascinaron.
Fue tanta mi decepción que tomé una sola foto y ese mismo día abordé ómnibus de regreso a Lima. Mucho antes, en la primera mitad del siglo pasado, el poeta Juan Parra del Riego llegó a Monsefú y la encontró tan florida y perfumada que la bautizó como "la Ciudad de las Flores". Así se le conoce aunque la fiebre del modernismo haya modernizado su plaza, dejando de lado geranios, azucenas, gladiolos, rosas y campanillas. El poeta incluyó dentro del nombre a sus hermosas mujeres de camisones bordados y capuces negros, que llevaban prendidas a las orejas "dormilonas" de oro y colgando del cuello las cuentas también de oro que iban comprando una a una para el día de su matrimonio. Esa simpática costumbre ya no se practica hoy. Tiempos idos que afortunadamente no han disminuido el fervor que siente la gente de Monsefú por su milagroso patrón, el Nazareno Cautivo, cuya fiesta "de medio año" celebran esde el doce de marzo, siendo el catorce el día central hasta el 15 que es el día de la despedida.
Según la historia los moros capturaron una preciosa efigie de un Cristo de pie y exigieron con burla a los hukmildes frailes trinitarios que pagaran su peso en oro. Era imposible que reunieran tanto, pero el Señor los inspiró para que colocaran una bolsilla con escasas monedas en el platillo de la gran balanza. Milagrosamente, ante los estupefactos infieles, el otro, donde estaba el Señor, bajó como si hubieran puesto un saco de oro. No les quedó más remedio que entregar la efigie.
Una copia de esa imagen de maravilla fue enviada al Perú en 1547. El barco que la traía se hundió y unos monsefuanos que fueron al mar a pescar divisaron una caja entre las olas. La rescataron y cuál no sería su sorpresa al encontrar un bulto santo. Lo llevaron al pueblo y entró a la iglesia entre música, cánticos y rezos.
Desde entonces tiene dos fiestas. En marzo que es muy concurrida, con vísperas, misa de fiesta, procesión y feria. En setiembre, en "el día del día" hay que pedirle una gracia con la seguridad de que cumplirá. En Monsefú, Santa Rosa y hasta Etén le tienen una fe que es una ley.
La ciudad goza la fama de sus artesanos. Son familias enteras, que tejían a la cintura los hermosos ponchos y fajas para los chalanes, que ahora sirven sólo para bailar, las alforjas para los viajeros que han sido reemplazadas por unas bolsas de plástico con cierre o maletas. Los chales para las damas que encuentran todavía mercado así como los individuales para la mesa. Destreza que aplican también a los delicados sombreros de paja, mácora y a las sandalias de colores. Su trabajo de los muebles de bambú, de tronco delgado que es como una marca de fábrica, y su técnica para armarlos son muy apreciadas en el mercado nacional.
Monsefú es un nombre típicamente muchik que viene de "monsefuá", referido al culto que rendían a la tierra, madre de la vida. Los actuales monsefuanos siguen demostrando su condición de agricultores. En su excelente mesa es abundante en los días de fiesta. El rico aguadito de pato con frejol verde y loche rallado, el arroz atamalado, el espesado con carne de res y yuka, frejolitos y zapallos; el chirinpiko o picante con menudencias de ave. El chinguirito jalado y también las humitas y las pankitas. En chichas, la "frescalona", la "embozalada", y la "mellicera", son sabrosas y un trago de buen lonje anima a cualquiera.
A doce kilómetros al sur de Chiclayo se puede hacer un agradable circuito a Pimentel, Santa Rosa, Etén, Ciudad Eucarística del Perú, y Ferreñafe, que tiene un buen templo. Un circuito que vale la pena hacer en el norte de aire tibio y acogedor.

Texto : Alfonsina Barrionuevo.

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